Escrito en el 1994 y traducido hoy para dedicarlo a mi amigo el poeta Ricardo Martell con admiración. Un hombre está sentado sobre una piedra, en la ribera del mar
descompuesto.
Hombre - El pasillo del corazón es ya un estrecho pasaje en un laberinto. Quizás ya nunca salga.
Mar - (Silencio)
Una pequeña ola pasa sin tocar la piedra, y se aleja deslizándose en silencio.
Hombre - La mejilla derecha es la innoble vuelta de nuestra grandeza; la cobardía abrigada
de poco pudor que no deja transparentar ninguna vergüenza.
Mar - (Silencio)
Un niño recoge una almeja arrollada en el rompiente. Más allá, niñas colegialas en bañador alborotan alegres entre la espuma blanca.
Hombre - Todo es devenido así gris… hasta el bosque no es otro que el escondite cierto de los sentimientos forajidos y el cielo no es mas que la mascara de la oscuridad.
Mar - (Larga pausa)
Hombre - Quería comprender lo que crece en los corazones de los amantes, de aquellos que logran mentir así impúdicamente y se cansan pronto de los amores sin compromisos… y yo que ame entre millones de problemas, y no logro cansarme.¿Es amor, o es herirse las ya infectadas heridas?
Por cierto sé que de las flores abiertas del alma saldrán solamente escorpiones.
Mar - (Mueve una ola sonora y después silencio).
Un bañista traspasa la arena con su toldo de playa mientre poco más allá de la ribera, una medusa
con sus tentáculos lentos, aburrida, se aleja. El niño de antes, desilusionado, lanza al agua la almeja que el mar voraz traga junto a los pensamientos de todos.
Hombre - Es triste volver a ser el tonto de siempre pero no hay otro para sobrevivir y, al fin, ¿a que sirve morir de amor si dentro solamente siento un vacío?
Mar - (alarga una olita, después, de acuerdo con el hombre, la retrae sin nada que sumar.)
Hombre - ¡Dios mío!
Graciela y Pablo sabían de esta decisión pero no me dijeron nada. Me pregunto porqué.